sábado, 1 de marzo de 2008

SAN PETERSBURGO: LA "VENTANA" DE RUSIA A EUROPA

Rusia, el país más grande del planeta a pesar de la desintegración de la URSS, una nación complicada y fría en muchos aspectos (no sólo por su clima durante la época de invierno), vio nacer la ciudad de San Petersburgo (Санкт-Пeтepбypг) a partir de 1703. Por aquel entonces, Pedro I El Grande, emperador que abarcó su poder entre 1682 y 1725, deseaba para su reinado un destino mesiánico e imperial. El modelo que buscaba lo encontró en Roma fundamentalmente, pero también se advierten toques de París, Berlín, Londres… también Venecia o Ámsterdam, en cuanto a los canales existentes. Con la construcción a conciencia de esta ciudad, en cuyo proceso de implantación murieron miles de personas, Rusia conseguía una ansiada salida al mar Báltico a través del golfo de Finlandia (y además, se creaba una especie de “ventana” a Europa, plasmada en su aspecto y concepto estético porque la sociedad rusa es para darle de comer aparte).

San Petersburgo fue la capital del país durante más de 200 años hasta que, tras la revolución rusa, el rango pasó a Moscú. La antigua Leningrado, nombre con el que se conoció a la ciudad durante la etapa soviética (la provincia todavía se llama así), está en la desembocadura del río Neva. Los puentes se abren durante horarios determinados para asegurar el paso de los barcos comerciales (es importante conocer las horas de levantamiento porque las islas quedan totalmente aisladas del resto de la ciudad, y en caso de pretender cruzar al otro lado, no queda más remedio que esperar a que vuelvan a bajar los puentes).

A pesar de las grandes distancias, la forma de conocer bien una ciudad siempre se consigue a través de largos paseos. En San Petersburgo, la mejor manera de moverse en cuanto a transporte se refiere, es el metro (una verdadera bajada a los infiernos debido a su gran profundidad). Las infraestructuras todavía no han evolucionado demasiado (los vehículos son muy antiguos), y existe un caótico conjunto de líneas de autobuses, microbuses, tranvías y trolebuses. No es muy recomendable tomar un taxi (hay que pactar el precio antes y se puede correr el riesgo de ser timado).

El Museo del Hermitage (Palacio de Invierno de Isabel I) es uno de los lugares más visitados de la ciudad. Miles de turistas se concentran en la Plaza del Palacio para contemplar el tremendo conjunto artístico que recoge obras como la “Madonna Veníos” de Leonardo da Vinci, o “La vuelta del hijo pródigo”, de Rembrandt (hay que recalcar que, a nivel pictórico, es muy difícil superar al Museo del Prado). No hay que olvidar darse un buen paseo por su calle principal, la popular Avenida Nevski, un lugar donde se puede encontrar de todo, a precios bastante más caros que en el resto de una ciudad mucho más barata que Moscú.

Como buen ejemplo de arquitectura barroca y neoclásica, se encuentra la Catedral de San Isaac, que destaca muy cerca del Almirantazgo por su gran cúpula dorada. En el lado de Petrogrado es fundamental visitar el germen de San Petersburgo, el lugar donde se puso la primera piedra: la Fortaleza de Pedro y Pablo, anclada en una pequeña isla y desafiando con su presencia al resto de la ciudad, que ya supera los cinco millones de habitantes.

Para ver arquitectura rusa, muy cerca de la Avenida Nevski se encuentra la Iglesia de San Salvador de la Sangre Derramada, copia de San Basilio en Moscú; o el Monasterio Smolni, un lugar que Catalina I mandó construir con la intención de utilizarlo como lugar de clausura. En cuanto a cultura puramente autóctona, lo mejor es visitar el Museo Ruso. En San Petersburgo todavía existen huellas de la era soviética, por lo tanto no es de extrañar encontrarse con estatuas dedicadas a Lenin o Stalin, monumentos cada vez más acomplejados por la monstruosidad arquitectónica de la ciudad de los zares. A destacar como curiosidad la anarquía del Cementerio de Smolensk, situado en la isla Vasileski: las tumbas yacen repartidas sin orden ni concierto entre la maleza y los árboles de un tremendo enclave verde.

Hay que insistir en el hecho de que Rusia es un país con muchas peculiaridades burocráticas. Para viajar a su territorio hay que solicitar un visado con unos 40 días de antelación. En el avión (lo más usual a nivel económico suele ser volar con la compañía aérea rusa Aeroflot) las azafatas proporcionan a los extranjeros una tarjeta de inmigración en inglés y ruso, en la que hay que rellenar los datos de dónde se va, cuánto tiempo y por qué. Una vez en el país, existe un plazo de tres días en los que hay que obtener un registro (si se va a un hotel, se encargan de todo; mientras que si se va por invitación de un particular, éste debe dirigirse con el visitante a la comisaría para obtener esta documentación). Todo esto, junto con el pasaporte, puede ser solicitado por la policía en cualquier momento. Todos estos trámites hay que llevarlos muy a rajatabla. Las leyes rusas son muy estrictas al respecto.


Por otra parte, si no se conoce el idioma ruso, puede llegar a ser muy dificultoso desenvolverse por el país. En San Petersburgo no todo está secundado por el inglés (y la gente no es nada políglota, un poco como en España), y al igual que en el resto de Rusia, el alfabeto cirílico de la lengua es lo más habitual en todos los comercios, restaurantes, calles, etc. (no obstante, en los lugares más turísticos sí se preocupan por tener también carteles, indicaciones o cartas de menú también en inglés).

Informarse en la embajada, o refugiarse en la ruta que marque una agencia con la que se contrate un viaje a San Petersburgo (lo más recomendable si se va por primera vez), son algunas de las muchas opciones existentes a la hora de viajar a la ciudad de los zares. Quizá algunos estén interesados en aprender su complicadísimo pero maravilloso idioma, y en ese caso se puede ir a precios muy asequibles en los meses de verano con la Fundación Pushkin (Carranza, 10 – 1º izquierda. Madrid. Teléfono: 914483300). En esa época (que abarca días repartidos entre junio y julio) la tónica general la marcan las denominadas “Noches Blancas”, caracterizadas por una luz solar que no termina de apagarse (la ciudad está situada muy al norte, en una latitud similar a las capitales de la península escandinava). Si se va en invierno, la temperatura no es tan severa como la que sufre Moscú debido a su cercanía con el golfo de Finlandia.

El resto, sobre todo en lo que se refiere a perderse en la inmensidad colosal de San Petersburgo, hay que descubrirlo con los ojos bien abiertos. El misterio y la melancolía se entremezclan con la grandiosidad y el exceso, imbuidos en una sociedad algo fría y distante en ocasiones. Pero Rusia es tan grandiosa como difícil, y tan tremenda como apasionante.

Fotografías: Gaspashá Gorkovskaya

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por este paseo por una de las ciudades más impresionantes del mundo.
Supongo que a Rusia le interesa mantener abierta esa "ventana" inundada de opulencias pretéritas para no ver cómo otras ciudades se hunden en la miseria.
Supongo que las elecciones de mañana no cambiarán nada, pero bueno, eso también se dijo con la llegada de Putin al poder, que si era una marioneta, bla bla bla y mira cómo nos salió después el pajarraco!
Una pena.
Supongo que los comunismos crean lastres difíciles de quitarse de encima.
Buen post. Pensé por un momento que sólo escribíais sobre música y cine. La cultura es muy amplia.

monsieur august dijo...

Fascinante querida Gaspashá, espero visitar pronto tu increíble ciudad

Anónimo dijo...

Gracias por el post. Es excelente