Margaret, un ama de casa más aburrida que una ostra, descubre que su hijo adolescente, de 17 años, mantiene una relación con un hombre de treinta. Intenta impedir que se sigan viendo, pero no lo consigue porque una noche el amante va en busca del chico. Se pelean porque el adolescente descubre que su rollete ha aceptado dinero de su madre para que no le “pervierta” más. El caso es que llegan a las manos y el chaval termina por irse a su casa. El hombre se cae de un embarcadero mientras le sigue, supuestamente inconsciente por el golpe que se ha llevado en la cabeza tras la discusión. A la mañana siguiente, Margaret lo encuentra muerto y con un ancla clavado en el pecho porque estaba ahí puesto cuando el fallecido perdió el equilibrio (qué coincidencia más puñetera). No se le ocurre otra cosa que llevar el cadáver al centro de un lago y hundirlo para que nadie relacione a su hijo con la muerte.
De repente, un extraño que se supone conoce los hechos –no me preguntéis cómo- hace acto de presencia con una cinta de vídeo en la que aparecen el adolescente y el treintañero manteniendo relaciones sexuales. Aquí debemos darnos por enterados de que el amante del chaval tenía asuntos turbios por ahí. El sobornador pide una fuerte suma de dinero a Margaret a cambio de no sacar a la luz lo que la pobre mujer, escandalizada y con cara de campo santo tras visionar la cinta, no menciona en todo el filme: que su hijo querido es gay, y para colmo, blanco de ser acusado de asesinato. Y es que a pesar de que intenta protegerle, esa es la sensación que transmite el personaje toda la película: vergüenza, y más cuando tiene un marido ausente que trabaja en un portaaviones y del que no nos queda más remedio que sospechar que no le va a hacer ninguna gracia que su primogénito le salude desde la acera de enfrente. A partir de ahí, todo tiene un giro muy facilón, y por más que digan que esto es un thriller psicológico, el desarrollo no deja de ser un cuento inconcluso; una mesa sin patas con personajes vacuos alrededor de una Tilda Swinton que, eso sí, tiene un porte y una técnica de contención interpretativa que consiguen no apagar el DVD hasta el final (es de las pocas actrices que lo consiguen). Posiblemente, lo que le pasa a la pobre Margaret es que está más sola que la una y no es capaz de darse cuenta de que la cabra -en este caso su hijo y por pura ley natural- siempre tira al monte y en un final abierto no tardaría en volver al mismo club para liarse con otro treintañero (lo del título del filme parece que va con segundas...). Cosa de las hormonas, y algo que ninguna madre puede frenar por más que se empeñe. 4,5/10
2 comentarios:
Fantástico Post querida Gaspashá... sabes que me pasa? que me han dado ganitas de verla.. lo cuentas tan bien que tengo ganas de verla para comprobar si mi visión es la misma.. voy corriendo al videoclub!
Ya me contarás, pero alquila otra película por si te aburre y no aguantas lo único que merece la pena en esta película, a pesar del mal guión: el saber hacer de Tilda Swinton.
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