lunes, 24 de noviembre de 2008

SUZANNE VEGA, RETROSPECTIVA (I)


A modo de introducción

Llegaron solos, cada uno por su lado, tras haberse citado un par de días antes en aquel hotel destartalado y que conoció épocas mejores, situado al sur de Manhattan entre las calles 44 y 45.

Truman llegó cargado de vinilos, que escondía bajo su abrigo con el fin de resguardarlos de las primeras lluvias del gélido otoño neoyorquino. Tras pedir la llave a un siniestro recepcionista que no pronunció palabra, subió en el viejo ascensor y cruzó el pasillo cubierto de un tapiz de terciopelo oscuro descascarillado de la octava planta en dirección a la habitación 813. Cuando estuvo frente a la puerta observó alarmado como la puerta estaba entreabierta. La empujó suavemente pero el chirrido que emitió provocó que los vinilos se deslizaran bajo su abrigo hasta caer al suelo esparciéndose aparatosamente.

Cuando se agachaba para recogerlos apareció por la puerta de la 813 Gaspashá, deslumbrante en un vestido ceñido de color negro, recién llegada de su San Petersburgo natal. Se saludaron tímidamente y una vez en la habitación a Truman le costo habituar la vista a la penumbra que bañaba la estancia. Por la pequeña ventana apenas entraba un poco de luz de aquel día oscuro, un día sin sol y con un cielo cubierto de negras nubes que anunciaban más tormentas. Cuando su vista se habituó finalmente a la penumbra se encontró a Gaspashá tendiéndole una copa de bourbon con hielos que tintinean contra el vidrio.

-¿Por dónde empezamos?- Preguntó ella, mientras ojeaba los vinilos desperdigados sobre la cama.

Suzanne Vega (1985)

Suzanne Vega irrumpió en el panorama musical a mediados de los ochenta con discreción y gran individualidad. A través de su primer trabajo, aunque no fue el que la puso en el mapa, se presentó como la gran pionera de una nueva generación de cantautoras que vivió su explosión a finales de aquella colorida década y principios de los 90 con artistas como Tracy Chapman, Tanita Tikaram, Ani DiFranco o Beth Orton, entre muchas otras. Con este debut, hay que reivindicarlo, Vega fue la primera en arrancar la espada de Excalibur en un determinado estilo y contarle al mundo un buen puñado de confidencias y reflexiones. Después, y como mínimo en esencia, bastantes la copiaron o se vieron muy influenciadas. Tardó un tiempo hasta que una compañía, A&M, confió en ella para abrirle sus estudios de grabación tras verla actuar por locales neoyorquinos.

Con algún eco muy leve a lo Leonard Cohen, pero con su peculiar idiosincrasia, sostenida en esa voz templada que regala sensaciones de calor agradable cuando uno trata de huir de temperaturas gélidas, Suzanne abre esta joya de casi 35 minutos con “Cracking”, una canción semihablada. Su tono es tan claro y transparente a la hora de expresar un estado triste cuya mejor receta no deja de ser el buen humor, que nos hace presagiar que estamos ante un producto meritorio. Porque Vega huye del victimismo y de lo fácil a priori y analiza como nadie todo lo que le rodea. Lo muestra a la audiencia sin andarse con rodeos: el tema “Straight lines” relata el suicidio de una mujer, con versos como “she is streamlined, she is taking the shade down from the light, to see the straight lines”.

En su particular mundo filosófico, cargado de poesía y surrealismo urbano, la cantante pone voz hasta a objetos inanimados, componiendo uno de sus mejores temas, “Small blue thing”. Asimismo, a esos entes fabricados por el hombre les da vida y les obliga a observar desde otras perspectivas que a los humanos se nos pasan siempre por alto, como es el caso de la canción “Marlene on the wall”, estupendo single que da protagonismo a una Dietrich, mito alemán del cine, plasmada en papel y colgada en la pared.

Melancolía etérea, ensoñación, historias sobre los peligros del amor (“The queen and the soldier”), mezcladas con el vapor que producen las calefacciones en invierno en cualquier gran ciudad. El primer trabajo de Suzanne Vega ha envejecido como los buenos vinos. Es un pequeño tesoro del que no se ha prestado la suficiente atención, como esos valorados utensilios que solamente se dejan encontrar en las mudanzas.

PUNTUACIÓN: 9/10
LO MEJOR: es una obra de estilo y carácter tan particulares que nunca notará el paso del tiempo. Si a esto lo llaman “folk”, estoy totalmente a favor.
LO PEOR: el tremendo éxito del segundo disco de Suzanne Vega, “Solitude Standing”, hizo que este trabajo cayese en el olvido.
DESTACABLES: “Marlene on the wall”, “Small blue thing”, “Cracking”, “Straight lines”, “Freeze tag”, “The queen and the soldier”.
Por Gaspashá

Solitude standing (1987)

Solo en una década en la que las hombreras se convirtieron en sinónimo de buen gusto, de estilo refinado y buen vestir, podría una artista tan atípica como Suzanne Vega convertirse en una estrella planetaria. Es lo que ocurrió gracias a “Solitude standing” y a una de las canciones que lo conforman para ser más exactos, “Luka”. Hoy en día resulta una utopía que una artista cuyas señas de identidad son el intimismo, la delicadeza y en ocasiones el compromiso político y social (sin ser la clásica cantautora coñazo adiós gracias) se convierta de la noche a la mañana en una estrella súper vendedora y radiada en todas las emisoras del mundo. Y que además lo consiga con un tema que habla de abusos y maltratos a un menor es para frotarse los ojos. Pero seamos realistas, en los 80 se vendían millones y millones de discos y todo el mundo tenía derecho a tener su álbum superventas. Si a esto unimos una mayor amplitud de miras del público generalista o mainstream en la época tenemos parte de la respuesta al fenómeno Vega/Luka.

No obstante es imposible entender dicho éxito atronador sin tener en cuenta dos conceptos: primero, el tema es sublime, irresistible, insuperable; segundo, el tratamiento de tan espinosa temática, lleno de sensibilidad y lo que es más importante, Vega ofrece no su punto de vista de adulto, sino que narra la historia desde el prisma del propio chaval, llenando la letra de frases estremecedoras e infantiles que se topan con la empatía del publico de forma inevitable, llenándonos de comprensión ante la desolación resignada del protagonista resumido en las tremendas frases que culminan cada estribillo “Just don’t argue anymore”, “Just don’t ask me how I am” y “Just don’t ask me what it was”.

Pero mas allá de Luka, “Solitude standing” no habría tenido tamaño éxito sin contener las otras nueve maravillas que lo conforman, convirtiéndolo en uno de mis discos preferidos de toda la historia. Es la frialdad escalofriante, la negrura de la depresión en “Night vision” (“I can only teach you a night vision”), es la delicadeza embriagadora de “Gypsy” (“Hold me like a baby that will not fall asleep”), la ensoñación y el hechizo de “Calypso” o el misterio de la críptica “Wooden horse”. Para completar la jugada DNA lleva a cabo un remix de “Tom’s Dinner” que ayuda a Vega y a su disco a mantenerse en la cúspide de la popularidad durante meses, a pesar de que la artista no permitió nunca que dicho remix se incluyese en el disco por miedo a que este perdiera toda coherencia como obra.

Lo mejor de este disco no obstante es que a pesar de lo fabulosas que son cada una de las partes que lo forman, el conjunto es aun superior. Como todas las grandes obras maestras de la música popular, el conjunto supera a la suma de las partes, por algún extraño motivo ajeno a toda lógica. De esta forma “Solitude standing” es el clásico imperecedero de su autora, una obra de una hondura emocional, de una riqueza musical y lírica difícilmente igualable, un trabajo rebosante de sueños, misterios y belleza que aupó a Vega a la cima de la música popular de final de la década.

CALIFICACIÓN; 9,8/10
IMPRESCINDIBLES;Wooden horse”, “Calypso”, “Luka”, “Ironbound fancy poultry”, “Solitude standing”, “Night vision”, “Gypsy”…
LO MEJOR; La atmósfera de ensueño del conjunto.
LO PEOR; El “Tom’s Diner” en Reprise no viene a cuento.
Por Truman

Days of open hand (1990)

Probablemente, este es el disco de Suzanne Vega que más sentimientos encontrados ha provocado entre sus seguidores. La cantautora se alejó radicalmente de lo comercial y comienza un largo camino de experimentación que viene a demostrar que a ella eso del mainstream le importa un bledo. Podríamos afirmar que “Days of open hand” es un viaje onírico, de lírica extrema y poesía encendida. Con la ayuda de Anton Sanko, la norteamericana presenta letras y música que, en muchos casos, bien podrían ser el perfecto acompañamiento para un montaje artístico contemporáneo. Y eso ya se anuncia desde el mismo diseño de portada y libreto interior. Bien es cierto que Vega hace algunas concesiones a melodías más asequibles, como es el caso del primer single, “Book of dreams”, una metáfora de sueños que, a pesar de todo, sufrió cierto rechazo por parte de críticos y fans todavía hechizados con el machacado “Luka”. La sombra de “Solicitude Standing” –que sí, es un disco perfecto- es alargada en la carrera de Suzanne, algo que en general, nunca hemos llegado a comprender.

Recuerdo que cuando salió al mercado “Days of open hand”, cierta cadena de radio regalaba vinilos en los que se incluían explicaciones de la propia cantante sobre los once temas incluidos en este trabajo. Fui uno de los muchos seguidores que nos hicimos con el regalo (y a su vez descubrimos lo grave que es la voz de Suzanne cuando habla). Una de la canciones que más llama la atención es la fantástica “Fifty-fifty chance”, en la que Vega vuelve a tratar el tema del suicido. En este caso, la canción habla de una chica que se recupera en el hospital tras haber intentado quitarse la vida, y con violines de fondo, creando una atmósfera fría y contenida, termina en una frase contundente y con final abierto: “She is going home, tomorrow at ten, the question is… will she do it again?”. En otros cortes del disco, Suzanne recupera viejos sonidos herederos de sus dos primeros trabajos, como es el caso de “Rusted pipe”, “Men in a war” o “Tired of sleeping”.

El track que cierra el álbum, “Pilgrimage”, es al igual que “Fifty-fifty chance”, otra pieza maravillosa que invita a la ensoñación envuelta en la tranquilidad de tu rincón favorito. Otros cortes como “Institution green”, “Big space”, “Room off the street” –con sus delicadas castañuelas- o “Those whole girls (run in grace)”, confirman que “Days of open hand” no es, ni mucho menos, apto para momentos o inquietudes perezosas.

PUNTUACIÓN: 8/10
LO MEJOR: la atmósfera onírica que navega por todas las canciones.
LO PEOR: para muchos, la accesibilidad en algunos temas puede ser complicada.
DESTACABLES: “Men in a war”, “Book of dreams”, “Tired of sleeping”, “Rusted pipe”, “Fifty-fifty chance”, “Pilgrimage”.
Por Gaspashá

3 comentarios:

lady foster dijo...

Enhorabuena chicos, juntos sois todavía más brillantes que por separado

lord carnavon dijo...

Enhorabuena a ambos, que gusto leeros...

monsieur august dijo...

No doy crédito a tanto talento, qué placer de post.
Gracias por compartir con nostros tanto talento y, por favor, seguid escribiendo a cuatro manos, habéis llenado de deliciosa gélida luz esta tormentosa tarde de otoño