Lily Allen aborda su segundo disco envuelta en el hecho de haber sido aupada a la luz pública gracias a la red social My Space. Más leyendas musicales, y nos las tenemos que creer. Resulta que es hija de Keith Allen, un humorista inglés, y de Alison Owen, productora de cine. Con esto no creo que sea tan difícil adivinar que la chica ha crecido entre bastidores, focos y bambalinas, rodeada y conectada desde que nació por los músicos más reputados del Reino Unido y demás personalidades del espectáculo (y ya de mayor en el sentido carnal de la palabra, por la relación que tuvo con Ed Simons, de Chemical Brothers). Uno puede criarse en estas circunstancias y saber aprovecharlo o no. Allen optó por lo primero, tras la típica infancia y adolescencia imitando a Drew Barrymore (ahora me pongo hasta arriba de todo, mañana intento suicidarme, y pasado ataque de nervios en la clínica de desintoxicación). Y ahora, con este “It’s not me, it’s you”, se ha puesto a contar todas las desgracias que le trae la fama porque, junto a Amy Winehouse, Lily es una de las personas más perseguidas por los paparazzi de toda Inglaterra, pasto de la prensa amarillista por sus salidas de tono, sus borracheras y demás historietas que nunca he entendido bien por qué sorprenden tanto o poseen el más mínimo interés. ¿Nadie sabe lo que es pillarse una buena trompa o cogerse un colocón como la cola de un piano? De doble moral también habla la artista en temas como “Everyone’s at it”. Cierto es que cuando estas cosas las hace una chica los tabloides y panfletos se ceban más, pero por otra parte, ¿no huele todo ya al marketing más descarado? ¿Hasta qué punto aumenta el interés por un trabajo discográfico si se junta lo privado con lo que haces en público y te mantiene día sí y día también en la portada de The Sun?
El álbum discurre al compás de música que colea hacia la electrónica (“Back to the star”), al estilo de Dido en algún momento (“Him”) y ritmos pegadizos, pero con mensajes que tampoco son para tirar petardos ni con líricas que echen para atrás dejando las emociones a flor de piel: “Fuck you”, está dedicada al fin del mandato de Bush (el título lo dice todo, a estas alturas esta expresión ya no escandaliza y está más que machacada), habla mal de ex novios (“Not fair”), y una y otra vez, Allen pretende darnos una lección de lo terrible que es vivir en el epicentro de un huracán y ser tan mediática. Hay gente que hace honor a su edad y se les nota por donde quieren lanzar los tiros; otros directamente se quedan en la edad del pavo aún llegando a la cincuentena. Ahí no hay reglas fijas. Si con este tostón nos van a querer vender que ahora Lily es más madura, me temo que se han equivocado. Más de lo mismo, copypaste de épocas pasadas. Una voz tan poco identificable como la de cualquier Spice Girl. Se pueden tener referencias porque todo está inventado. Pero para comerme algo artificial, sin elementos distintivos o personales, directamente me trago una bolsa de plástico. Lo sentimos, pero ya hay overbooking de productos así. Empacho. Aburrimiento.
PUNTUACIÓN: 4/10
LO MEJOR: si pinchan alguno de sus temas en un local, no es música para salir huyendo.
LO PEOR: todo el disco suena igual, como un single con distintas versiones.
DESTACABLES: “Everyone’s at it”, “The fear”.
DESTACABLES: “Everyone’s at it”, “The fear”.
1 comentario:
Coincido en que la Srta Lily Allen es un autentico coñazo. Me aburre tanto que ni fuerzas he tenido para escuchar un de sus discos.
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