David Fincher es uno de los directores más personales, y por qué no decirlo inquietantes surgido en el cine de Hollywood de los últimos tiempos. Forjado en el ultra esteticista campo del videoclip donde dirigió alguna maravilla del género para artistas como Madonna o Michael Jackson, Fincher dio el salto a la pantalla grande en 1992 con "Alien 3", una responsabilidad de tal calibre que algunos se sintieron decepcionados ante un film que no estaba a la altura de los predecesores de Cameron y sobre todo de Scott, a pesar de tratarse de una película muy interesante. No sería hasta el estreno de su segunda obra, “Se7en” (1995) cuando el mundo posó sus ojos en el joven director nacido en Denver. Aquel filme marca su encuentro con su alter ego en la gran pantalla, Brad Pitt, que ofreció en la película una de las más convincentes interpretaciones de su carrera, como el novato y torpe detective Mills. Convertido en un director estrella, Fincher nos ha dado una de cal y otra de arena desde entonces, y cada uno que escoja a cual pertenece cada una, porque seguro que no nos pondremos de acuerdo: “The game” (1997), “El club de la lucha” (1999), “La habitación del pánico” (2002) y “Zodiac” (2005) han precedido el estreno de “El curioso caso de Benjamin Button” filme con el que su director es reconocido finalmente por la academia de Hollywood con su primera nominación al Oscar como mejor director, entre las 13 con las que cuenta su película.
¿Estamos ante la mejor película del director? Obviamente no. Es más, estamos ante una de las más endebles. Un David Fincher convertido oficialmente en director de mamotretos de tres horas a las que sobra un tercio de metraje (no olvidemos lo larga que era “Zodiac”) nos ofrece aquí – la historia de un hombre que nace viejo en el primer cuarto del siglo XX, para a partir de entonces rejuvenecer con el paso de los años- un espectáculo cinematográfico insatisfactorio, por culpa de la falta de fluidez del relato. No ayuda una narración en flashbacks, contada por uno de los protagonistas postrados en una cama de hospital a punto de fallecer - una Cate Blanchett con más capas de maquillaje que el Drácula de Coppola- con el huracán Katrina como telón de fondo (¡!). Con ese error de base que hunde el ritmo, amputando la historia principal en los momentos más inoportunos, el film nunca acaba de arrancar. El espectador no es arrastrado por Fincher a su interior a pesar de aciertos puntuales, de momentos de indudable interés como la extraña relación entablada entre Pitt y Tilda Swinton en un solitario hotel ruso. La película parece una serie de anécdotas pegadas una a otra más que una narración homogénea y lineal. Somos espectadores incapaces de empatizar con unos personajes o bien muy sosos e inexpresivos (el Button de Pitt), o bien directamente insoportables (el de Blanchett, que se muestra incapaz de dar un poco de calidez a su papel de amante predestinada).
Si el director no es capaz de poner su sello como autor en la cinta, esta tampoco funciona como espectáculo hollywoodiense, a pesar de unos efectos digitales asombrosos: Benjamin Button carece de emoción y le sobra frialdad, como si su director temiera pasarse con el azúcar y se negara a cargar las tintas en su reflexión sobre el peso del destino, sobre el trascurrir del tiempo, eficaz en ocasiones como en su desenlace, pero con algunas frases en el guión que provocan sonrojo, por tópicos y superficiales (“No quiero envejecer”, “Me he dado cuenta de que nada es para siempre” etc.). La película en definitiva, con su belleza un poco de postal que pondrá de los nervios a los fans del Fincher más tenebroso, no funciona más allá de momentos concretos, pero no consigue llevar lejos al espectador: no nos fascina, ni nos maravilla, ni nos hace soñar, ni desear conocer a ninguno de los personajes que pueblan, o más bien vagan por el mundo del vacuo Benjamin Button.
¿Estamos ante la mejor película del director? Obviamente no. Es más, estamos ante una de las más endebles. Un David Fincher convertido oficialmente en director de mamotretos de tres horas a las que sobra un tercio de metraje (no olvidemos lo larga que era “Zodiac”) nos ofrece aquí – la historia de un hombre que nace viejo en el primer cuarto del siglo XX, para a partir de entonces rejuvenecer con el paso de los años- un espectáculo cinematográfico insatisfactorio, por culpa de la falta de fluidez del relato. No ayuda una narración en flashbacks, contada por uno de los protagonistas postrados en una cama de hospital a punto de fallecer - una Cate Blanchett con más capas de maquillaje que el Drácula de Coppola- con el huracán Katrina como telón de fondo (¡!). Con ese error de base que hunde el ritmo, amputando la historia principal en los momentos más inoportunos, el film nunca acaba de arrancar. El espectador no es arrastrado por Fincher a su interior a pesar de aciertos puntuales, de momentos de indudable interés como la extraña relación entablada entre Pitt y Tilda Swinton en un solitario hotel ruso. La película parece una serie de anécdotas pegadas una a otra más que una narración homogénea y lineal. Somos espectadores incapaces de empatizar con unos personajes o bien muy sosos e inexpresivos (el Button de Pitt), o bien directamente insoportables (el de Blanchett, que se muestra incapaz de dar un poco de calidez a su papel de amante predestinada).
Si el director no es capaz de poner su sello como autor en la cinta, esta tampoco funciona como espectáculo hollywoodiense, a pesar de unos efectos digitales asombrosos: Benjamin Button carece de emoción y le sobra frialdad, como si su director temiera pasarse con el azúcar y se negara a cargar las tintas en su reflexión sobre el peso del destino, sobre el trascurrir del tiempo, eficaz en ocasiones como en su desenlace, pero con algunas frases en el guión que provocan sonrojo, por tópicos y superficiales (“No quiero envejecer”, “Me he dado cuenta de que nada es para siempre” etc.). La película en definitiva, con su belleza un poco de postal que pondrá de los nervios a los fans del Fincher más tenebroso, no funciona más allá de momentos concretos, pero no consigue llevar lejos al espectador: no nos fascina, ni nos maravilla, ni nos hace soñar, ni desear conocer a ninguno de los personajes que pueblan, o más bien vagan por el mundo del vacuo Benjamin Button.
2 comentarios:
madremía, creía que era el único que creía que la peli esa era malísima, no sólo la peor del director, sino muy mala, por múltiples motivos, incluido el ¡¡colibrí!! que sale dos veces, en plan pluma de Forrest (no olvidemos que es el mismo guionista)
gracias por la crítica
Qué irregular este david fincher, tenía poco interés en esta película y ahora con tu fantástica crítica mucho menos. Y eso que Cate Blanchett siempre da solera a lo que hace pero esas capas de maquillaje de las que hablan dan bastante mala espina. Saludos
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