
¿Estamos ante la mejor película del director? Obviamente no. Es más, estamos ante una de las más endebles. Un David Fincher convertido oficialmente en director de mamotretos de tres horas a las que sobra un tercio de metraje (no olvidemos lo larga que era “Zodiac”) nos ofrece aquí – la historia de un hombre que nace viejo en el primer cuarto del siglo XX, para a partir de entonces rejuvenecer con el paso de los años- un espectáculo cinematográfico insatisfactorio, por culpa de la falta de fluidez del relato. No ayuda una narración en flashbacks, contada por uno de los protagonistas postrados en una cama de hospital a punto de fallecer - una Cate Blanchett con más capas de maquillaje que el Drácula de Coppola- con el huracán Katrina como telón de fondo (¡!). Con ese error de base que hunde el ritmo, amputando la historia principal en los momentos más inoportunos, el film nunca acaba de arrancar. El espectador no es arrastrado por Fincher a su interior a pesar de aciertos puntuales, de momentos de indudable interés como la extraña relación entablada entre Pitt y Tilda Swinton en un solitario hotel ruso. La película parece una serie de anécdotas pegadas una a otra más que una narración homogénea y lineal. Somos espectadores incapaces de empatizar con unos personajes o bien muy sosos e inexpresivos (el Button de Pitt), o bien directamente insoportables (el de Blanchett, que se muestra incapaz de dar un poco de calidez a su papel de amante predestinada).
Si el director no es capaz de poner su sello como autor en la cinta, esta tampoco funciona como espectáculo hollywoodiense, a pesar de unos efectos digitales asombrosos: Benjamin Button carece de emoción y le sobra frialdad, como si su director temiera pasarse con el azúcar y se negara a cargar las tintas en su reflexión sobre el peso del destino, sobre el trascurrir del tiempo, eficaz en ocasiones como en su desenlace, pero con algunas frases en el guión que provocan sonrojo, por tópicos y superficiales (“No quiero envejecer”, “Me he dado cuenta de que nada es para siempre” etc.). La película en definitiva, con su belleza un poco de postal que pondrá de los nervios a los fans del Fincher más tenebroso, no funciona más allá de momentos concretos, pero no consigue llevar lejos al espectador: no nos fascina, ni nos maravilla, ni nos hace soñar, ni desear conocer a ninguno de los personajes que pueblan, o más bien vagan por el mundo del vacuo Benjamin Button.
2 comentarios:
madremía, creía que era el único que creía que la peli esa era malísima, no sólo la peor del director, sino muy mala, por múltiples motivos, incluido el ¡¡colibrí!! que sale dos veces, en plan pluma de Forrest (no olvidemos que es el mismo guionista)
gracias por la crítica
Qué irregular este david fincher, tenía poco interés en esta película y ahora con tu fantástica crítica mucho menos. Y eso que Cate Blanchett siempre da solera a lo que hace pero esas capas de maquillaje de las que hablan dan bastante mala espina. Saludos
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