
Precisamente hay una canción dedicada al retroamongolado George W., “What love can do”, que Springsteen escribió pensando en la fuerza del amor en épocas (y gobiernos) oscuros. El álbum se abre con un tema que dura 8 minutos, “Outlaw Pete”, todo un festival u orgía épica que demuestra el buen hacer de la E Street Band que acompaña al cantante que bien podría ser parte de algún musical sumergido en algún western. Otros cortes como “Good eye” devuelven al Bruce más cañero y potente de los años 80, cuando su voz más ronca hacía acto de presencia. El disco parece muy destinado a ser defendido en directo, y a pesar de constar de muchas canciones de relleno, temas que por sí solos no han conseguido tocar mis emociones, parece que en conjunto conforman un trabajo apreciable (los dos últimos, “The last carnival” y “The Wrestler” –de la película del resucitado y recauchutado Mickey Rourke- son muy destacables). En definitiva, Springsteen está contento y tranquilo, lejos de la melancolía y el dolor de otros tiempos. Insisto en que será porque los Estados Hundidos son ahora demócratas, cosa que tal y como está el patio debería importarnos un pimiento. No es su mejor disco –el ya hizo lo que tenía que hacer en los 80, y le sobra-, pero tampoco está nada mal, siempre y cuando dejemos a un lado el aburrimiento y cansancio de la mal llamada “era” (B)Obama.
PUNTUACIÓN: 6,5/10
LO MEJOR: la capacidad de Springsteen para seguir siendo tan prolífico.
LO PEOR: no provoca precisamente emociones intensas, salvo algún que otro momento.
DESTACABLES: “Outlaw Pete”, “Good eye”, “The last carnival”, “The Wrestler”, “My lucky day”.
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