Existen cineastas que en lugar de simples artesanos que se limitan a trasladar a la gran pantalla una historia son magos. O alquimistas. Unos pocos hacen parecer al resto de directores torpes aprendices. Los cineastas de Pixar pertenecen a esta reducida estirpe. Estamos ante talentos capaces de crear historias fascinantes, de hacer crecer dentro de nosotros universos nuevos, de inventarse personajes a partir de una hoja en blanco y de paso reinventar y engrandecer la mitología del cine para hacerla mas fértil, mas rica y poderosa en nuestro subconsciente.
No me gusta mucho el cine de animación. Las películas para niños me aburren. Empiezo por ahí. Pero lo que Pixar hace no es cine de animación. Ni cine para niños. Estas etiquetas no me sirven. Sus films, especialmente a partir de Monstruos S.A., son cine “real”. Más real que el 99% del cine que podemos llamar “de imagen real”. Y es cine adulto. Wall•E es cine lleno de hondura y sabiduría que crece dentro del espectador, que le invita a soñar y vivir en un mundo paralelo pero reconocible. El lenguaje que articula el señor Andrew Stanton como director y padre de estas prodigiosas criaturas posee tal cantidad de referentes y una imaginación tan fabulosa que difícilmente un chaval sabrá valorarla como lo que es: arte.
La historia de amor, situada en torno al año 2700, en una Tierra deshabitada y hundida en la basura, protagonizada entre Wall•E (personaje legendario desde ya, que capacidad gestual y profundidad emocional le otorgan sus creadores, influenciada por el E.T. de Spielberg, no se si solo me lo parece a mi) y Eva, el primero un robot oxidado al que olvidaron “retirar” de circulación, y el otro de última generación, deslumbrante y sofisticado, su romance, decía, es una excusa para asombrarnos con lo giros de guión, para maravillarnos con la magnífica factura técnica del film (sin las limitaciones de las películas de imagen real), con su puesta en escena, con su ritmo vertiginoso y sereno a un mismo tiempo, para hechizar al espectador ante la belleza y la poesía que inundan la película hasta hacerla rebosar.
Con una crítica nada disimulada a la sociedad vorazmente consumista de occidente y con un marcado mensaje ecologista como únicos lastres, por subrayados en exceso, y que suponen la única concesión al público infantil, Wall•E es un film de visión obligatoria. Un suculento homenaje a la ciencia ficción que se disfruta en un suspiro, con perplejidad constante ante el ingenio ilimitado que atesoran sus creadores para mantenernos 100 minutos en un estado permanente de ensoñación tal que quisiéramos no acabase nunca.
No me gusta mucho el cine de animación. Las películas para niños me aburren. Empiezo por ahí. Pero lo que Pixar hace no es cine de animación. Ni cine para niños. Estas etiquetas no me sirven. Sus films, especialmente a partir de Monstruos S.A., son cine “real”. Más real que el 99% del cine que podemos llamar “de imagen real”. Y es cine adulto. Wall•E es cine lleno de hondura y sabiduría que crece dentro del espectador, que le invita a soñar y vivir en un mundo paralelo pero reconocible. El lenguaje que articula el señor Andrew Stanton como director y padre de estas prodigiosas criaturas posee tal cantidad de referentes y una imaginación tan fabulosa que difícilmente un chaval sabrá valorarla como lo que es: arte.
La historia de amor, situada en torno al año 2700, en una Tierra deshabitada y hundida en la basura, protagonizada entre Wall•E (personaje legendario desde ya, que capacidad gestual y profundidad emocional le otorgan sus creadores, influenciada por el E.T. de Spielberg, no se si solo me lo parece a mi) y Eva, el primero un robot oxidado al que olvidaron “retirar” de circulación, y el otro de última generación, deslumbrante y sofisticado, su romance, decía, es una excusa para asombrarnos con lo giros de guión, para maravillarnos con la magnífica factura técnica del film (sin las limitaciones de las películas de imagen real), con su puesta en escena, con su ritmo vertiginoso y sereno a un mismo tiempo, para hechizar al espectador ante la belleza y la poesía que inundan la película hasta hacerla rebosar.
Con una crítica nada disimulada a la sociedad vorazmente consumista de occidente y con un marcado mensaje ecologista como únicos lastres, por subrayados en exceso, y que suponen la única concesión al público infantil, Wall•E es un film de visión obligatoria. Un suculento homenaje a la ciencia ficción que se disfruta en un suspiro, con perplejidad constante ante el ingenio ilimitado que atesoran sus creadores para mantenernos 100 minutos en un estado permanente de ensoñación tal que quisiéramos no acabase nunca.
3 comentarios:
Vaya, jamás me lo habría imaginado, pero viniendo de ti Truman, me lo creo y me lo apunto para verla cuando tenga oportunidad.
Gracias por la recomendación
Ingenio y talento ilimitado es el que tienes tú a la hora de escribir, gracias por la recomendación y enhorabuena por otro post magnífico e impagable.
Jo, despues de tu reseña y de ver anoche Cortocircuito tengo unas ganas de verla...
Saludos estelares
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