En cuanto a descubrimientos musicales voy hacia atrás, como los cangrejos. Con el paso del tiempo, y gracias a eso –a consecuencia del profundo aburrimiento que me causan buena parte de los cantantes y grupos que han surgido en años más o menos recientes- me he dado cuenta del origen de la intensidad y pulsión creativa que hoy en día no existen sino a través de artistas de plastilina y tejedores de copy pastes interminables (en el cine ocurre lo mismo, no me cansaré de decirlo). La etapa new wave británica, por ejemplo, fue un caldo de cultivo brutal para bandas e intérpretes posteriores. La autenticidad se convirtió en un pilar de fortaleza absoluta, incluso no buscada. Lo impostado estaba fuera de lugar en todos los aspectos. Tengo que agradecer al amigo Invierno que pusiese delante de mis narices, no hace demasiado, a una de las cantantes más influyentes emergidas de esa pérfida Albión que tantos buenos ratos nos hace pasar pegados a la cadena musical. Se trata de Siouxsie, una de las cabezas visibles de aquellos años de viento fresco. Y aún sabiendo la buena labor de su banda, para mí es ella y sólo ella. The Banshees es como su apodo, una alargada e impoluta cola de vestido de novia, o una cazadora de cuero que todos envidian. Los últimos años se están remasterizando todos los discos del grupo: este 2009 les ha tocado el turno a sus álbumes “Hyaena” (1984) y “Tinderbox” (1986), a los que se ha añadido algún tema inédito o remezcla adicional. A su vez, acaba de salir al mercado “At the BBC”, una caja con tres CD’s de canciones grabadas en directo en la cadena de televisión británica, así como un DVD con varios recitales en vivo. Sin dejar de ser un producto para incondicionales, tampoco desmerece ser pasto del descubrimiento de nuevas generaciones, que tarde o temprano abandonarán a los actuales intérpretes de plástico para zambullirse en la explosión primigenia de otros tiempos, aquellos que se asemejan a un maravilloso vino de reserva.
Todos los temas de “At the BBC” han sido elegidos por Siouxsie and The Banshees, incluyendo versiones alternativas de 18 singles, y grabaciones en directo en el Teatro Apolo de Oxford en 1985 o en el mítico programa Top of the pops. Esto es como abrir la boca bajo un panal de abejas y dejar que suculentos chorros de miel caigan directos a nuestro paladar, delicias tituladas “Hong Kong garden”, “Israel”, “Cities in dust”, “Jigsaw feeling” o “Night shift”. El DVD contiene momentos de la banda en la BBC, con emisiones que abarcan desde sus inicios en 1977 hasta principios de los años 90, así como diversas entrevistas y un libro de 30 páginas en las que se incluye la apasionada introducción escrita por Siouxsie, a la que tuvimos el placer de ver el año pasado en Madrid durante unos instantes en los que nos olvidamos del calor asfixiante.PUNTUACIÓN: 10/10
LO MEJOR: todo.
LO PEOR: nada.
DESTACABLES: todos y cada uno de los temas incluidos: son más de 100 repartidos entre los CD's y el DVD.









Eddi Reader
La banda comenzó con “Boots of chinese plastic”, de su último disco, “
La artista estuvo divertida –más comedida en su consabido animalismo, esta vez no colgó un cartel con un “No a las corridas de toros” como hizo en la desaparecida sala Aqualung en 2003-, con esa voz de contralto tan brutal y un saber hacer sorprendente con las guitarras eléctrica y acústica, la armónica e incluso las maracas. Energía para tapar la boca a un regimiento de soldados (y por supuesto, mención especial a sus acompañantes, entre ellos su inseparable batería Martin Chambers, quien se ve siempre obligado a reponer todos los palos porque le salen disparados por el aire a causa del brío con el que toca). Los temas de su nuevo disco sonaron tan brillantes como el resto, porque canciones como “Love’s a mistery”, “Break up the concrete” o “Rosalee” envejecerán tan bien como éxitos anteriores. Por otro lado, también será difícil olvidar la cara de apuro de uno de los técnicos, que se encargaba de dar las guitarras a Chrissie entre otras actividades, cuando la cantante tiró sin querer el micrófono. El pobre atravesó el escenario para levantarlo sorteando a los músicos, temiendo que las patadas que da a veces en el aire la artista fuesen a parar a su boca. Por suerte para él, el rostro de Hynde reflejó una sonrisa que decía "tranquilo... pero coloca el micro YA...".
Cuando muere un artista –y más de fama universal, como Michael Jackson- mucha gente dice que les da pena a pesar de no escuchar su música y sus seguidores lloran hasta extremos inexplicables. Argumentan, como lo hizo mi hermana, que a pesar de no conocer a su ídolo en persona, a fin de cuentas era parte de su vida. Sé reconocer su tremenda influencia y no dejan de gustarme muchos de sus temas. Pero en mi opinión, más que sentir esa pérdida, a lo que en realidad se enfrentan es a la misma realidad de la muerte. Y este es un camino, una cara de una misma moneda o como lo queramos llamar, hacia el que todos vamos encaminados. No podemos obviarlo y hay que tomarlo con naturalidad y sin miedo. La muerte es democracia en estado puro, y no lo que nos intentan vender los partidos políticos. La vida no lo es en muchos aspectos, y la culpa la tenemos nosotros.
A ello se suma la necesidad del ser humano por tener dioses. Al no encontrar ninguno en el cielo y dejar de creer la estupidez maligna de las religiones -hacia las que no siento nada por todo el daño que hacen-, los creamos en la Tierra. De carne y hueso, como todos nosotros. Practican la escatología a diario en el baño, como todos nosotros. La prensa manipuladora se ceba y mitifica la figura de Jackson como ya ha ocurrido con tantos y tantos artistas que han quedado en el imaginario colectivo a fuerza de leyendas. Unas puede que sean ciertas, otras no, pero el cadáver es un negocio demasiado tentador como para no hacer caja. Se sigue haciendo con Marilyn Monroe, John Lennon, Elvis Presley, Jim Morrison, Kurt Cobain, Jimmy Hendrix o Janis Joplin. Muchos están deseando que Amy Winehouse se reúna con ellos. Suicidios, asesinatos, sobredosis o depresiones vitales… nada del otro barrio y que no vivamos nosotros. En la Cañada Real de Madrid, por ejemplo, ocurre a diario, pero son anónimos. Michael Jackson estaba como una regadera y esto no se puede negar. Eso sí, hay motivos: tenía el síndrome de Peter Pan –terror a envejecer-, destrozó su físico y su salud a fuerza de la medicación que tan suculentos beneficios ofrece a las farmacéuticas –les salió mal lo de la gripe aviar y las vacas locas y ahora nos venden la gripe cerda- y la cirugía estética. Además tuvo una infancia asquerosa, currando como un burro desde los 4 años, con ese padre seboso y una piara de hermanos que, salvo en el caso de Janet, han vivido a su costa en mayor o menor medida. Pero ahora los buitres –incluido el desheredado papá Jackson- sobrevuelan su cadáver, y lo seguirán haciendo hasta comerse todos sus huesos. Todos ganarán dinero y tan contentos; otros seguirán llorando sin pensar en su propia vida (lo de mi hermana no es tan exagerado, menos mal). Una locura. Menudo baile de máscaras: las mismas que ponía Michael Jackson a sus hijos para protegerlos de la prensa.