Cualquiera que no conozca a Neil Young y vea la portada de su nuevo disco, “Fork in the road”, pensará que el canadiense es un abuelillo pasado de rosca que insiste en seguir cantando y componiendo. Se podría llegar a esa conclusión porque todavía no se ha vuelto a poner de moda entre las nuevas generaciones como Leonard Cohen, olvidado y obviado hasta que el festival de turno le añadió a su cartel. Ni falta que les hace esta tesitura, ni a uno ni a otro. Con toda probabilidad el origen más primitivo de eso que llamamos grunge, y que tan en alza se puso en los años 90 sobre todo gracias a Nirvana, se debe a Neil Young. A pesar de haber estado enfermo hace unos cuatro años, cuando tuvo que someterse a una operación a consecuencia de un aneurisma -poco después de encargarse de presentar la inclusión de Pretenders en el Salón de la Fama del Rock and Roll- lo último que ha hecho este buen hombre de 63 años ha sido quedarse quieto. Ha publicado cuatro discos entre 2005 y 2007 y ha estado de gira riéndose de su enfermedad y de todo el que pensaba que había llegado su hora. En definitiva, y valga la redundancia, ha revalidado el significado de su propio apellido por cuestión de mentalidad y no de edad temporal, que es una de las grandes mentiras que nos intentan vender.
Fiel a su particular y arraigada idiosincrasia (si es complicado modificar algunas cosas a partir de los 40 o 50, imaginaros más adelante), Young presenta un álbum tan fiero como divertido y callejero. Se trata de una road movie en toda regla. El artista ha agarrado su coche Lincoln y se ha puesto a conducir para revelar que, aparte de encontrarse bien, tiene más energía que un equipo de fútbol. Aún anclado en la nostalgia propia de los que a ciertas alturas se les hace muy cuesta arriba los cambios en general, el cantante también reivindica el uso de los combustibles ecológicos. No deja de ser tierno, y es como permitir a un tío abuelo al que aprecias contarte la misma historia día tras día, o soltarte un discurso político sentimental del que difícilmente te enteras de la mitad de lo que dice. Pero terminas por hacerlo porque le quieres, respetas e incluso admiras.
Neil Young nos invita a viajar con él, y el sonido de la guitarra eléctrica –un instrumento que me levanta la moral aunque la tenga por los suelos- es, por decirlo sin rodeos, fantástico y digno de mención. Comienza con la enérgica “When worlds collide”, un tema que, es inaudito, pero me recuerda a Supertramp en la lejanía por la entonación muy a lo Rogerd Hodgson. A partir de ahí, es inevitable sonreír ante el alarde de optimismo y arrojo de un hombre que ha influido mucho en generaciones posteriores. Es posible que no sea su mejor disco, pero con canciones como “Light a candle”, “Cough up the bucks” o la que da título al álbum, Neil Young ha conseguido que me vuelva a dar cuenta de que no puedo vivir sin música y que lo mejor que se puede hacer con nuestra existencia es disfrutarla al máximo y no parar de hacer kilómetros.
PUNTUACIÓN: 7,5/10
LO MEJOR: la guitarra eléctrica suena estupenda y el acompañamiento musical es muy bueno.
LO PEOR: Young debería haberse esperado un poco más para realizar un álbum perfecto.
DESTACABLES: “When worlds collide”, “Light a candle”, “Cought up the bucks”, “Fork in the road”, “Get behind the wheel”, “Off the road”.
2 comentarios:
Lleva seguidos ni se sabe los buenos discos, más o menos a uno por año. El último me pareció fantástico, con canciones como Ordinary people -esa guitarra que nunca termina, sus infinitas y emocionantes variaciones- o la última The way, como un himno de esperanza.
Hay pocos artistas que me emocionen tanto, aunque nunca lo he visto en directo. Y, gustándome muchísimo sus clásicos, prefiero lo que ha venido haciendo desde que lo re-descubrí con motivo de la película The year of the horse.
Me parece el más grande, por encima de otros que gozan aquí de mayor prestigio, Dylan o Waits incluidos.
¡Gracias por la noticia del nuevo disco! Un abrazo.
Gracias a tí y de acuerdo contigo. Abrazos
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