
Escuchar a Fernando me llenaba de paz porque parece que a él le dio tiempo de aprehender el mundo y el tiempo, eliminando la ansiedad que produce la certeza de que una vida sólo es suficiente para pasar de puntillas por un mundo demasiado grande.
Cada frase suya era una lección y fue injustamente tratado de huraño cuando los impertinentes, que con su ignorancia se atrevían a cuestionarle, eran tratados como lo que eran: imbéciles. En un mundo dominado por la idiotez no es de extrañar que un hombre como él viviera en permanente cabreo.
Hombre de fuertes convicciones políticas se consideraba a sí mismo cobarde por no vivir en constante revolución. Marcado por la ausencia de su padre, de familia de tradición teatral confesaba que si hubiera sido heredero no hubiera trabajado. Ajeno a las afectaciones de los actores de tres al cuarto Fernando dejaba sus personajes en el set de rodaje o en las tablas del teatro y lejos de mitificar su profesión consideraba que ser actor era un oficio. Estudió declamación y se empapó de cine americano para poder olvidarlo todo y crear su propio modo de interpretar.
Fernando decía que le gustaba recordar. Quizá eso le hizo sabio. A mí no me gusta recordar pero es cierto que las vivencias de la infancia y la adolescencia se graban a fuego en la mente.
En mi adolescencia se coló Las bicicletas son para el verano, una obra que en ese momento probablemente no entendí pero que releí mil veces porque me hacía reír. Hoy, a pesar de que no lo conocí personalmente, la muerte de Fernando me hace llorar.
Fernando Fernán Gómez falleció el 21 de noviembre a los 86 años.
2 comentarios:
Que artículo tan sentido y emotivo monsieur, me ha emocionado!!
Cuando murió este señor pensaba, que guay que en Gesloten no vaya a haber ni un comentario al respecto...pero después de leer tus sentidas palabras, me alegro de que hayas publicado este post. Querido Monsieur me hubiese gustado conocer a ese adolescente que se reía con "Las bicicletas son para el verano".
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