Recientemente, han tenido lugar en la capital los conciertos de Dolores O’Riordan e Interpol. El cúmulo de despropósitos que vivieron algunos redactores de Gesloten en el recital de Editors, en la sala Joy Eslava, fue también una constante en los dos anteriores. Y nuevamente, debemos apelar responsabilidades, sobre todo, a los organizadores: Doctor Music y Fix, en el caso de O’Riordan y Gamerco e Iguapop en el caso de Interpol. Más que nada, para que no piensen que los que cedemos de nuestra cuenta corriente entre 25 y 40 euros, somos una masa saltarina recubierta de estolidez.
Dolores O’Riordan ha liderado a lo largo de los años 90 una de las bandas más importantes de la música: The Cranberries. La irlandesa presentó su primer trabajo en solitario, “Are you listening?”, un álbum con un buen puñado de buenas canciones, muy en la línea de lo que compuso en los dos últimos discos con su ex banda. En un principio, el concierto de la “Lola” de Irlanda, como me gusta llamarla, iba a celebrarse en La Riviera. Pero de repente, por problemas absolutamente difusos (se quedaron en “problemas técnicos”, que no sé cuáles serán porque en La Riviera el sonido no es que sea de alta calidad precisamente), cambiaron el recital a la Sala Heineken. Evidentemente, los organizadores no tuvieron en cuenta que este local no solo tiene un aforo mucho más reducido que La Riviera, sino que para escuchar con un mínimo de comodidad al cantante o grupo en cuestión, hay que encaramarse al escenario o directamente, formar parte de la banda de músicos.
Cuando llegamos allí, la planta baja estaba tan llena como el armario de las bebidas alcohólicas de Massiel. Por lo tanto, subimos al piso de arriba en el que sólo unos pocos elegidos podían ver a Dolores porque ya estaban bien apoyados en la barandilla. El resto, tuvimos que ponernos de puntillas para poder divisar algo (mido 1,86), a la par que el sonido, que llegaba con una reverberación capaz de provocar otitis crónicas, hizo que me acordara de la madre de los organizadores, del padre de los que hicieron la sala e incluso, de la abuela de Dolores O’Riordan, que debe estar muy contenta escuchando los éxitos de su nieta, allá por algún pueblaco perdido de Irlanda. Los organizadores deberían haber informado a los que compramos la entrada para tener la opción de ir o no a la Sala Heineken o haber dividido el concierto en dos días. Pero no, hay que vender todas las entradas que se puedan.
El concierto de Interpol se anunció para la sala La Riviera, y se celebró sin mayores complicaciones. Presentaron su último y maravilloso disco, “Our love to admire”, y tocaron buena parte de los temas de los dos anteriores, “Turn on the bright lights on” y “Antics”. Los problemas surgieron dentro, cuando ese tipo de personas del que hablan mis compañeros, que son pocos pero puñeteros, comenzaban a saltar al mínimo ademán guitarrero del grupo liderado por Paul Banks (por cierto, ¿alguien sabe lo que le pasa en un ojo?) De hecho, hubo momentos en los que, más que estar en La Riviera escuchando a Interpol, nos dio la sensación de estar en la sala Canciller o en el Excalibur asistiendo a un concierto de AC/DC, Judast Priest o Iron Maiden, entre otras formaciones de heavy metal. Además, como ya he apuntado, la sala La Riviera no es precisamente un lugar donde el sonido sea bueno, casi como el 99% de los locales que hay en Madrid.
La gente se quejaba, tanto en el concierto de O’Riordan como en el de Interpol. Pero al salir del recinto, el tema de la incomodidad provocada por los organizadores que van a sacar toda la pasta que pueden, sumada a los grupos de niñatos y niñatas que no van a escuchar música, sino a dar por saco a los que hay a su alrededor (cosa que debo decir, no consiguieron conmigo, porque nada como poner de barrera tu codo para frenarles), parece que se olvida… en este país la cosa va así.
En definitiva, y a raíz de estos despropósitos, hay varios puntos a tratar si los cantantes, y organizadores de conciertos quieren seguir comiendo: Madrid y muchas ciudades de nuestro país necesitan, URGENTEMENTE, salas bien acondicionadas en todos los sentidos (buen sonido, aforo, etc.) para conciertos que atraigan entre 1.000 y 5.000 personas aproximadamente (para más gente, el Palacio de los Deportes ya es un buen lugar): las madrileñas La Riviera, Joy Eslava y demás sucedáneos son un insulto a todos los que amamos la música.
Hay que recordar tanto a organizadores como a mánagers de grupos y cantantes, que la piratería ha hecho muchísimo daño a la industria en los últimos años. La venta de discos ha bajado estrepitosamente y los músicos se ven obligados a hacer más conciertos para pagarse su mansión en California (hasta la reina del playback, Madonna, ha hecho más giras en los últimos tiempos que en toda su vida; y Annie Lennox, muy reacia a dar recitales, no ha tenido más remedio que ponerse a currar y embarcarse en un buen maratón de conciertos tras la salida al mercado de su último disco).
Es evidente que si no cuidan a los que pagamos para ir a ver a nuestros grupos y cantantes favoritos haciendo que disfrutemos realmente del recital con la mayor comodidad posible, poco a poco, dejaremos de ir. Y la venta de entradas bajará, las bandas y solistas tendrán que vender su mansión en California y los organizadores tendrán que reducir plantilla de forma radical. Cada vez soy más fan de los conciertos en los que compras un asiento, en teatros y salas de este tipo. Suzanne Vega lo hizo en su reciente espectáculo en Madrid pero… la entrada costaba 65 eurazos. Y no es por nada, pero me quedé escuchando el “Luka” en mi apartamento de la Avenida Nevski de San Petersburgo.
Desde el respeto y la admiración, claro.
Dolores O’Riordan ha liderado a lo largo de los años 90 una de las bandas más importantes de la música: The Cranberries. La irlandesa presentó su primer trabajo en solitario, “Are you listening?”, un álbum con un buen puñado de buenas canciones, muy en la línea de lo que compuso en los dos últimos discos con su ex banda. En un principio, el concierto de la “Lola” de Irlanda, como me gusta llamarla, iba a celebrarse en La Riviera. Pero de repente, por problemas absolutamente difusos (se quedaron en “problemas técnicos”, que no sé cuáles serán porque en La Riviera el sonido no es que sea de alta calidad precisamente), cambiaron el recital a la Sala Heineken. Evidentemente, los organizadores no tuvieron en cuenta que este local no solo tiene un aforo mucho más reducido que La Riviera, sino que para escuchar con un mínimo de comodidad al cantante o grupo en cuestión, hay que encaramarse al escenario o directamente, formar parte de la banda de músicos.
Cuando llegamos allí, la planta baja estaba tan llena como el armario de las bebidas alcohólicas de Massiel. Por lo tanto, subimos al piso de arriba en el que sólo unos pocos elegidos podían ver a Dolores porque ya estaban bien apoyados en la barandilla. El resto, tuvimos que ponernos de puntillas para poder divisar algo (mido 1,86), a la par que el sonido, que llegaba con una reverberación capaz de provocar otitis crónicas, hizo que me acordara de la madre de los organizadores, del padre de los que hicieron la sala e incluso, de la abuela de Dolores O’Riordan, que debe estar muy contenta escuchando los éxitos de su nieta, allá por algún pueblaco perdido de Irlanda. Los organizadores deberían haber informado a los que compramos la entrada para tener la opción de ir o no a la Sala Heineken o haber dividido el concierto en dos días. Pero no, hay que vender todas las entradas que se puedan.
El concierto de Interpol se anunció para la sala La Riviera, y se celebró sin mayores complicaciones. Presentaron su último y maravilloso disco, “Our love to admire”, y tocaron buena parte de los temas de los dos anteriores, “Turn on the bright lights on” y “Antics”. Los problemas surgieron dentro, cuando ese tipo de personas del que hablan mis compañeros, que son pocos pero puñeteros, comenzaban a saltar al mínimo ademán guitarrero del grupo liderado por Paul Banks (por cierto, ¿alguien sabe lo que le pasa en un ojo?) De hecho, hubo momentos en los que, más que estar en La Riviera escuchando a Interpol, nos dio la sensación de estar en la sala Canciller o en el Excalibur asistiendo a un concierto de AC/DC, Judast Priest o Iron Maiden, entre otras formaciones de heavy metal. Además, como ya he apuntado, la sala La Riviera no es precisamente un lugar donde el sonido sea bueno, casi como el 99% de los locales que hay en Madrid.
La gente se quejaba, tanto en el concierto de O’Riordan como en el de Interpol. Pero al salir del recinto, el tema de la incomodidad provocada por los organizadores que van a sacar toda la pasta que pueden, sumada a los grupos de niñatos y niñatas que no van a escuchar música, sino a dar por saco a los que hay a su alrededor (cosa que debo decir, no consiguieron conmigo, porque nada como poner de barrera tu codo para frenarles), parece que se olvida… en este país la cosa va así.
En definitiva, y a raíz de estos despropósitos, hay varios puntos a tratar si los cantantes, y organizadores de conciertos quieren seguir comiendo: Madrid y muchas ciudades de nuestro país necesitan, URGENTEMENTE, salas bien acondicionadas en todos los sentidos (buen sonido, aforo, etc.) para conciertos que atraigan entre 1.000 y 5.000 personas aproximadamente (para más gente, el Palacio de los Deportes ya es un buen lugar): las madrileñas La Riviera, Joy Eslava y demás sucedáneos son un insulto a todos los que amamos la música.
Hay que recordar tanto a organizadores como a mánagers de grupos y cantantes, que la piratería ha hecho muchísimo daño a la industria en los últimos años. La venta de discos ha bajado estrepitosamente y los músicos se ven obligados a hacer más conciertos para pagarse su mansión en California (hasta la reina del playback, Madonna, ha hecho más giras en los últimos tiempos que en toda su vida; y Annie Lennox, muy reacia a dar recitales, no ha tenido más remedio que ponerse a currar y embarcarse en un buen maratón de conciertos tras la salida al mercado de su último disco).
Es evidente que si no cuidan a los que pagamos para ir a ver a nuestros grupos y cantantes favoritos haciendo que disfrutemos realmente del recital con la mayor comodidad posible, poco a poco, dejaremos de ir. Y la venta de entradas bajará, las bandas y solistas tendrán que vender su mansión en California y los organizadores tendrán que reducir plantilla de forma radical. Cada vez soy más fan de los conciertos en los que compras un asiento, en teatros y salas de este tipo. Suzanne Vega lo hizo en su reciente espectáculo en Madrid pero… la entrada costaba 65 eurazos. Y no es por nada, pero me quedé escuchando el “Luka” en mi apartamento de la Avenida Nevski de San Petersburgo.
Desde el respeto y la admiración, claro.
7 comentarios:
Bienvenida Gaspashá!! a ver si alguien escucha nuestros lamentos y se digna a hacer una sala de conciertos en condiciones en madrid!!
No estaría nada mal que alguien se dignara a hacer una sala en condiciones. ¿Esto es un mal sólo madrileño o pasa en otras ciudades españolas? Igual es que os estáis haciendo mayores porque entre las quejas y las loas a suzane vega...
Gaspasha, que tristeza no? bajarse desde San Petesburgo a ver dos conciertos y encontrarse con este desatino....Espero que tu próxima visita sea más provechosa.
Gracias por materializar en un post lo que, como bien sabes, es un clamor en la redacción, sobre todo para aquellos a los que les gusta la musica en directo.
Seguro que nuestras reivindicaciones surtirán efecto. Hace no mucho tiempo, las discográficas se creían invencibles hasta que llegaron la piratería y las descargas on line...
Al menos, Madrid ya tiene el palacio de los deportes en buena forma. También tendrán que bajarse de la parra en casos como el de Suzanne Vega.
Seguiré rondando la capital, a pesar de las cinco horas y media de vuelo desde San Petersburgo, jeje
Queridísima Gaspashá es un auténtico placer contar contigo y con tu incuestionable saber hacer en nuestras filas. A kiwi le quiero decir que desde luego que nos estamos haciendo mayores si es sinónimo de empezar a distinguir entre la bazofia y la exquisitez.
Desde el respeto y la admiración para todo aquel que exprese su opinón en Gesloten.
brillante artículo !
Estamos de acuerdo : Madrid necesita urgentemente salas decentes !
Me entristece saber que las estrellas de la música van a tener que vender sus mansiones.
Oye, ¿por cuánto las venden ?
Supongo que tardarán en hacerlo, teniendo en cuenta la manera en la que han petado las hipotecas en los USA, jeje... Calculo que su precio bajará bastante, así que no te extrañe encontrarte con alguna estrella de la música haciendo cola para pagar en el DIA.
¡Gracias por tu comentario!
Un abrazo desde Rusia
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