domingo, 14 de marzo de 2010

LUCHINO VISCONTI: RETROSPECTIVA

Todo el mundo ha oído hablar de Visconti, pero no tantos han disfrutado de sus películas pese a ser uno de los grandes directores que nos ha dado Italia (y no han sido pocos).

Comenzó su carrera en Paris, junto a Renoir, dentro del movimiento neorrealista, pero con el tiempo fue encontrando un estilo propio que se salía de los postulados iniciales de este movimiento, describiendo como nadie los ambientes aristocráticos, la burguesía y la decadencia de un mundo decimonónico que desaparecía víctima de los enormes cambios que ocurrían en el mundo.

Visconti es en sí mismo todo un personaje: aristócrata, marxista, enamorado de la ópera, ambiguo hasta el límite y logra en sus películas transmitir todas esas contradicciones, describiendo cómo sucumbe sin remedio un mundo que conoce al detalle.

Como su filmografía es bastante extensa y no he tenido el gusto de disfrutarla entera, me conformo con comentar algunas de las más conocidas.

Rocco y sus hermanos (1960) es una de sus películas neorrealistas. En ella narra la historia de una madre y sus cinco hijos (Vincenzo, Simone, Rocco, Ciro y Luca), que se ven obligados a emigrar de Sicilia a Milán. La trama, rodada en un espléndido blanco y negro, se centra en la complicada relación entre dos de los hermanos: Rocco (un magnífico Alain Delon) y Simone. Dividida en 5 partes (una por hermano) la película retrata las diferentes formas de enfrentarse a la adversidad, desde la brutalidad de Simone a la resignación de Rocco, capaz de renunciar a todo con tal mantener la familia unida. Los celos, la prostitución, la pobreza, el boxeo como medio de triunfar conforman una dura estampa de la posguerra italiana aderezada con un repertorio de muecas, alaridos y juramentos al más puro estilo siciliano.


El Gatopardo (1963) basado en la novela homónima (muy recomendable por cierto) de Giuseppe Tomasi di Lampedusa es una historia típicamente viscontiniana en la que un príncipe a la antigua usanza interpretado por un creíble Burt Lancaster se ve obligado a refugiarse junto a su familia en su casa de campo tras invadir las tropas de Garibaldi la isla de Sicilia. Garibaldi supone el inicio de una época y el fin de otra, hecho del que pretende sacar partido su sobrino Tancredi (Alain Delon), que juntará el prestigio de sus títulos a la fortuna de la burguesía local al unirse a la hija del alcalde (interpretada por Claudia Cardinale) consciente de que sin dinero nada valen ya los títulos. La película refleja el ascenso de una clase más oportunista y el final del mundo que conoce el príncipe de Salina, pero para ello Visconti realiza un despliegue de medios como nunca se ha visto.

A lo largo de tres horas asistimos a una sucesión de palacios, fiestas, jardines y escenarios deslumbrantes cuyo secreto reside en que no son decorados, sino palacios reales, joyas de la arquitectura italiana que parecen haber sido abiertos en un momento para proceder al rodaje. Sólo esto ya justifica ver la película porque cada fotograma es un auténtico cuadro, un sinfín de planos que alcanza su cumbre en la escena del baile. Centenares de extras, un vestuario de primera y una sensación de realidad infinitamente superior a la mayoría de recreaciones históricas donde Visconti demuestra su conocimiento de la aristocracia.


Muerte en Venecia (1971) es una reflexión sobre el paso del tiempo, la pérdida de la juventud y la búsqueda de la belleza como ideal de vida. Basada en una novela de Thomas Mann, trata de un compositor (Dirk Bogarde) que en los últimos días de su vida huye de su país, de sus fracasos, de la tragedia de la muerte de su hija y de su mujer (Marisa Berenson) para refugiarse en Venecia. Allí, coincide con el joven Tadzio y su madre (Silvana Mangano) y queda fascinado por éste. La propia elección de la ciudad paradigma de la decadencia, la historia y la ambientación reflejan el ocaso del siglo XIX. Una vez más la recreación histórica es soberbia, pues hasta la ropa es original de la época. La omnipresente música de Mahler y un vago parecido con la vida de éste hace que se haya pensado a menudo que el protagonista es en realidad él.


Confidencias (1974) trata de la soledad, la vejez y de cómo personas muy distintas pasan a considerarse algo parecido a la familia. Burt Lancaster da vida a un huraño profesor que se ve casi forzado a alquilar la planta de arriba del palacio en el que reside a una imparable marquesa que interpreta Silvana Mangano. A partir de ese momento su tranquila pero monótona vida se verá alterada por la presencia de la marquesa, su amante y los hijos de ésta. Los personajes del piso superior, jóvenes, libertinos y desprejuiciados acabarán por engatusar al profesor que descubre cuanto detesta su soledad.



El Inocente (1976) es la última película que rueda Visconti. Otra historia de aristócratas, celos y corrupción, rodada en espléndidos escenarios que, sin embargo, no llega al nivel de las anteriores.


Me quedan en el tintero enormes películas como: Senso, La Caída de los Dioses o Luis II de Baviera.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido Lord no tengo más que decir que viva el neorrealismo italiano

Anónimo dijo...

Querido Lord, no tengo más que añadir que qué viva el neorrealismo italiano