miércoles, 9 de septiembre de 2009

MAPA DE LOS SONIDOS DE TOKIO O LA IMPOSIBLE TAREA DE SUPERAR LOST IN TRASLATION

Cuando me propusieron ir a ver el último filme de Isabel Coixet pasé más de 24 horas despojando mi mente de cualquier tipo de pensamiento negativo. Me olvidé de que no me gustan sus películas. Dejé de lado el más leve acercamiento a lo que puede ser su mundo tras esas gafas de pasta, ese ego morrocotudo y jilipollesco a través del cual trata de convencernos de que el mismísimo Woody Allen le da consejos (esta se cruza con alguien más famoso que ella en cualquier acto y ya lo considera íntimo amigo). Incluso desterré la idea de asistir al patético espectáculo de toparme con un pobre guión que tan sólo quiere volver a enseñarnos lo frikis que son los japoneses y los rincones más sorprendentes de la capital del país del sol naciente. Disculpa, Isabel Coixet. Eso ya lo hizo Sofia Coppola en su maravillosa “Lost in traslation” (no dudo que tenga como mejor maestro a su propio padre), donde el encuentro vital entre sus dos personajes hace que todo lo de alrededor sea puro atrezzo. Y el mal llamado actor Sergi López –ese osote que lleva años deleitándonos con la misma interpretación una y otra vez-, no es Bill Murray. Hacer cine no es tirar un poco de salsa de soja sobre un lirio blanco. Ni sacar imágenes “preciosistas” de un grupo de empresarios comiendo sushi sobre mujeres desnudas. Construir una buena historia no es ir de turismo para que nos riamos con hombres anuncio vestidos de planta en el caótico metro de la capital de Japón. Porque “Mapa de los sonidos de Tokio” ha conseguido que vuelvan a renacer todos los mal llamados prejuicios con los que me han llegado a acusar con respecto a Coixet. Y digo esto porque en realidad no hago más que hacer caso de mis percepciones, y cuando las ignoro, pasa lo que pasa: salí del cine con ganas de partir en dos los anteojos de esta aspirante a cuenta cuentos. Isabel –amiga de Antony Hegarty, hermana, casi amante y confidente- me ha tomado el pelo con la historia de una siesa deprimida que trabaja en un mercado de pescado, hace curros de freelance como asesina a sueldo y de repente, al tener el encargo de matar a David (Sergi López), se enamora de él y abandona la historia.Entretanto, el inexpresivo David no puede olvidar a una novia que se ha quitado la vida. Para sobrellevarlo le come el coño un par de veces a la protagonista y le mete uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis dedos (esto es un spoiler, así tal cual). Ryu (Rinko Kikuchi), que así se llama la insólita pescadera y asesina a sueldo -igual que uno de los personajes del popular juego de lucha Street Fighter-, tiene como amigo a un señor maduro que no para de grabar los sonidos que hace ella sorbiendo la sopa. El abuelete, que en el fondo está enamorado y no tiene otra cosa mejor que hacer, nos va relatando un poco el bagaje de la aburrida “criminal” (el personaje del viejo es una especie de Pai Mai de Kill Bill en versión floja, anestesiada y pacífica).

Lo forzado y artificial hace acto de presencia en todos y cada uno de los planos del filme, probablemente muy en la línea del Almodóvar más pesado –otro que tal baila-. Los planos más fijos, se mezclan con repentinos movimientos cámara en mano que no vienen a cuento. Pero el punto álgido del largometraje –y el más impostado-, casi al final y cuando ya no sabía cómo ponerme en el cine para superar el límite del sopor mortal, tiene lugar cuando la Coixet mete con calzador una canción de su amigo Antony. Falta de espontaneidad elevada a la máxima potencia. El icono del moderneo se alza ante los ojos del espectador, y la firma de autor cutre de la directora hace que te sientas pequeño y te reduzcas a la nada. En mi caso esa sensación se materializó en unas ganas terribles de vomitar, que unidas al malestar que me provoca escuchar por una sola centésima de segundo la insufrible voz de Hegarty –de verdad, lo he intentado, pero mi sistema auditivo no está genéticamente preparado para ello-, elevaron una frase contundente a mi mente. Tuve que taparme la boca para no gritar con todas mis fuerzas: “¡Inmólate, Isabel Coixet!”. Lo peor de todo es el mensaje final del filme, según el cual, “la gente nunca cambia”. Con mentiras más atroces hemos topado, eso por un lado. Por otro, el que no evoluciona es porque tiene miedo y vuelve a repetir, una y otra vez, las mismas acciones de siempre. Hasta las que más duelen. Así que, en vista de que esta mujer incide en rodar los inmensos truños con los que ha coloreado su bagaje creativo, será que sigue envuelta en ese pánico absoluto e infantil de los que tienen el síndrome de Peter Pan. 2/10

5 comentarios:

Anónimo dijo...

vaya cómo la pones...

a mí me apetece verla, aunque la coixet ya no me dice nada

Justo dijo...

Te doy la razón en todo... y tiene mérito que yo lo diga, porque hasta ahora era uno de sus defensores -sobre todo por Mi vida sin mí, que me gustó mucho-. Aunque ya la última con Penélope me dio mal rollo, y ni siquiera la vi.

Lo del intento de remedo de Lost in translation es patético -¿qué me dices de la escena de karaoke con Sergi? No vale ni como homenaje a la película-. No sólo eso: veo intentos de atisbos de Ang Lee en Deseo, peligro; de Wong Kar Wai por todos lados; de una película francesa de hace unos años que se llamaba Une liaison pornographique con el mismo Sergi López...

La Coixet debe habérselo pasado muy bien en Tokio. Pero yo no le perdono el tiempo que me ha hecho perder, porque cada vez valoro más mi tiempo. La película me dejó, como a ti, una sensación de ridículo, de tedio,...¿por qué? sería la pregunta, si no te lo crees ni tú.

Y el pegote final de Barcelona -la Generalitat ha puesto pasta- es una tomadura de pelo, directamente. -Ese final supuestamente melancólico a lo Happy together.. ya quisiera-.

En el fondo me da pena hablar tan mal de ella... pero se lo ha ganado a pulso, hay que reconocerlo.

Un abrazo

invierno dijo...

Yo no la veré. No la soporto más. Al final va a conseguir que odie dos maravillosas películas como "Cosas que nunca te dije" y "Mi vida sin mí" (o que al menos no vuelva a decir jamás que me gustan sin ponerme colorado como un pimiento). Ya aquélla con Tim Robbins en la plataforma petrolífera me pareció un despropósito (buena idea de base, pésimo desarrollo, malas actuaciones sólo salvadas por la emocionante Sarah Polley...). Y la Antonia (la moderna por excelencia junto a las gafas combinadoras de la Coixet) intentando sacarnos unas lágrimas forzadas con su música... ¡¡Qué diferencia con el momento en el que suena la canción de Antony en "Otto, or up with dead people"!!... Esta mamarracha oportunista va a acabar por hacerme quemar los cds de los Johnsons...

Por los trailers que he visto paso de suicidarme viendo un revuelto de "Lost in translation", Wong Kar Wai y Murakami aderezado con japonesismo superficial de revista de tendencias. ¿Conseguirá que acabe odiando también todo lo nipón, sushi incluído?

¡Y que no! Que Sergi López no es Tony Leung... Voy a empezar a pensar que sus dos pelis buenas lo son por la Polley y Lili Taylor.

Un abrazo desde el frío inminente.

PS: Para más inri, hasta el cartel promocional de la peli es un plagio...

Anónimo dijo...

Mi adorada Gaspashá que pedazo de post. No he podido ver el nuevo bodrio de esta pesada insufrible porque en esta parte del mundo no se ha estrenado todavía pero confío en tu opinión ciégamente. Lo de meter música que le gusta sin ton ni son ya lo probó en La vida secreta de las palabras, otro tostón por el que ya merecía la muerte. Excelente crítica querida.
Rebor

lord carnavon dijo...

No puedo estar más de acuerdo contigo Gaspa...

No tenía muchas ganas de verla pero caí y me pasé toda la película arrepintiendome y deseando que la tía se decidiera a matarlo, porque lo de Sergi López no tiene nombre... tiene la misma expresividad de Chuck Norris.

Es que me dio hasta pereza dedicarle un post, aunque es un detalle por tu parte para evitar disgustos a los lectores. ¡Avisados estáis!