Hay ciudades que te enamoran a primera vista, y Helsinki es una de ellas. No es tan bonita como Estocolmo, ni tan monumental como Paris, ni tan moderna como Berlín, pero hay algo en ella que te hace sentir como si estuvieras en casa nada más llegar, o al menos eso es lo que nos pasó a Truman y a mi este verano en nuestro periplo buscando sus raíces escandinavas.
La visita a la ciudad comienza en la plaza de la catedral, de una belleza discutible pero con un carácter indudable. Junto a ella se encuentra la concurrida avenida Pohjoisesplanadi, un bulevar repleto de terrazas, tiendas como Marimeko y restaurantes, siempre abarrotada de gente que quiere disfrutar del poco sol que tienen al año. Esta avenida desemboca en la plaza del mercado, junto al puerto, donde se puede degustar platos típicos finlandeses por muy poco dinero. Da aquí al Design district, barrio en el que se aglutinan tiendas de diseño escandinavo y tiendas de moda y en el que se encuentra el Design Museum, algo decepcionante en mi opinión.
Ya fuera del centro histórico, merece la pena entrar en el Kiasma Museum, no por su colección (que no tiene nada de particular) sino por el maravilloso edificio de Steven Holl, donde la sinuosidad de sus rampas y lucernarios crean un espacio onírico. Continuamos el recorrido por el borde del lago Töölönlahti, entre bosques y mansiones de madera, hasta llegar a la casa de Finlandia, una de las obras maestras de Alvar Aalto.
Desde aquí llegamos a la zona olímpica, con su torre de 250 metros de altura desde la que se observa todo Helsinki y se puede apreciar la armonía que existe entre la naturaleza y la ciudad, lo histórico y lo moderno. Helsinki aparece entre bosques, lagos y fiordos, confundiéndose con ellos.
A pesar de lo mucho que hay que ver, lo mejor de Helsinki no son sus monumentos. Es una ciudad en la que perderse, montarse en el tranvía, pasear por sus calles y mezclarse con su gente.
La visita a la ciudad comienza en la plaza de la catedral, de una belleza discutible pero con un carácter indudable. Junto a ella se encuentra la concurrida avenida Pohjoisesplanadi, un bulevar repleto de terrazas, tiendas como Marimeko y restaurantes, siempre abarrotada de gente que quiere disfrutar del poco sol que tienen al año. Esta avenida desemboca en la plaza del mercado, junto al puerto, donde se puede degustar platos típicos finlandeses por muy poco dinero. Da aquí al Design district, barrio en el que se aglutinan tiendas de diseño escandinavo y tiendas de moda y en el que se encuentra el Design Museum, algo decepcionante en mi opinión.
Ya fuera del centro histórico, merece la pena entrar en el Kiasma Museum, no por su colección (que no tiene nada de particular) sino por el maravilloso edificio de Steven Holl, donde la sinuosidad de sus rampas y lucernarios crean un espacio onírico. Continuamos el recorrido por el borde del lago Töölönlahti, entre bosques y mansiones de madera, hasta llegar a la casa de Finlandia, una de las obras maestras de Alvar Aalto.
Desde aquí llegamos a la zona olímpica, con su torre de 250 metros de altura desde la que se observa todo Helsinki y se puede apreciar la armonía que existe entre la naturaleza y la ciudad, lo histórico y lo moderno. Helsinki aparece entre bosques, lagos y fiordos, confundiéndose con ellos.
A pesar de lo mucho que hay que ver, lo mejor de Helsinki no son sus monumentos. Es una ciudad en la que perderse, montarse en el tranvía, pasear por sus calles y mezclarse con su gente.
2 comentarios:
lady queremos ver más fotos, cuelga un par más para los fans
besito
lady queremos ver más fotos, cuelga un par más para los fans
besito
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